Huye lentamente como el ocaso, engañándome con los últimos rayos
del sol. Ansioso con que la luz no deje de iluminar, me recreo en el último
instante que nos separamos y que la luna hizo presencia en nuestra relación. El
mundo de los sueños y las sombras me da miedo, hay que moverse con sigilo y
siempre fui torpe en el amor. Las conversaciones se enredan como tela tejida
por hilanderas de verruga en la nariz, que mueven los hilos a la par que
preparan calderos de sopa de ancas de
rana, y polvo de cuerno de rinoceronte. Las escobas barren las noches de
lujuria, dejando limpia mi alma, quitando las espinas de una corona que no me
pertenece, convirtiéndome en algo nuevo, en alguien cuyas oscuridades se han
destapado, que empieza a brillar desde el interior, que ya no necesita el
reflejo proyectado de lo que ansiaba ser. Se cayó la máscara, se acabaron los
carnavales del subconsciente. El ocaso de mi
disfraz ha dejado paso a la certidumbre luminosa de mi desnudez. Se
terminó el juego.
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