viernes, 28 de febrero de 2014

AMANECER






Hace tiempo que no veo atardecer, sin embargo vivo en un ocaso continuo. Mi cuerpo ya no amanece, la ilusión ya no me despierta cada mañana. En su lugar, el vacío de la rutina hace que me esconda de la juiciosa mirada de mis años de juventud, que desde el pasado me reclama. Escondido, con el cuerpo inmóvil y frío, los ojos infinitamente perdidos en la película que se proyecta por la ventana de mi cuarto, por donde entran los fantasmas del miedo y el deseo, en forma de sueños. Me deshago por un momento de la venda que durante el día tapará mis ojos, para no huir, para no salir corriendo  y entregarme definitivamente a lo que realmente soy, para no volver al origen de lo que me creó, porque sé que la misión no está cumplida y mientras sea así seguiré ciego, para no darme cuenta del fracaso, para seguir anhelando que mi alma un día verá el atardecer, y tendré la certeza que será el último, porque habré cumplido mi misión, y por fin mi cuerpo, ya viejo y cansado, volverá a amanecer.   

sábado, 1 de febrero de 2014

EL INTERCAMBIO

Narciso Buenafuente llevaba toda su vida de un centro psiquiátrico a otro por toda la geografía ibérica. Era un tipo bajito, de entradas prominentes, gafas  que cubrían unos ojos huidizos de un verde intenso, y algo barrigón. Tenía nueve años cuando lo llevaron por primera vez a un centro psiquiátrico infantil. Por lo visto, desde que su madre había muerto, su padre le propinaba grandes palizas. Aprendió a sobrevivir robando, estafando y alguna que otra vez trabajando. Pero Narciso era un chico de buen corazón, se apiadaba de todo aquel que como él había sufrido el lastre de tener un trastorno mental. Creció entre prostitutas, camellos y toda clase de buscavidas y  aprendió todo lo que la escuela no le había podido enseñar. A trompicones se fue haciendo un hombre.
Sus brotes psicóticos le daban con una periodicidad de uno cada tres años, siempre en la misma época, después de navidades. Narciso pensaba que nada podía hacer para evitarlos, así que tomó la decisión de no medicarse durante los periodos en que estaba sano.
            Hacía dos años y medio de su última crisis y  empezaba a tener delirios en los que él era un enviado divino que debía salvar la humanidad, que tenia los días contados si él no mediaba en el asunto. Al parecer  los extraterrestres habían dado un ultimátum a la Tierra, Tierra que se asfixiaba  por  la contaminación y que estaba predestinada a desaparecer.
            Las naves extraterrestres ya habían llegado, y disparaban contra la gente. Narciso, por medio de un mensaje telepático a la humanidad, pensaba…Quién quiera salvarse que me siga… y echó a andar. Recorrió muchos kilómetros, estaba decidido a llevarse a la gente que iba caminando detrás  suyo, (aunque  nunca miro atrás) a otro planeta. Llegó a la plaza del Pilar y allí por fin ocurriría el milagro, alcanzaría la iluminación y  abandonaría la Tierra para irse a otra galaxia. Pero no la abandonaría de cualquier manera, la abandonaría riendo. Empezó con una risita entre dientes y con el paso de los minutos estalló en una risa imparable…ya no veía, ni oía, ni era capaz de sentir su cuerpo. Sólo su risa de ultratumba le hizo parar, ya no controlaba la situación, así que decidió regresar. Cuando tomó conciencia de sí mismo y abrió los ojos, varios policías, un hombre con bata blanca y varios técnicos de ambulancia intentaban levantarlo para meterlo en la ambulancia.
            Paralelamente, mientras esto sucedía, Godofredo Malasaña se incorporaba a su puesto de trabajo. Godofredo era un tipo bajito, de entradas prominentes, gafas que cubrían unos ojos huidizos de un verde intenso, y algo barrigón. Podría decirse que era hermano gemelo de Narciso pero estaba algo más avejentado que él, las canas cubrían parte de su cabeza y numerosos pelos le salían por las orejas, era lo único que les diferenciaba. Godofredo era psiquiatra y, como Narciso, había pasado por infinidad de centros psiquiátricos, pero casualmente nunca habían coincidido. Al contrario del corazón bondadoso que tenia Narciso, Godofredo era un tipo sádico que disfrutaba con el dolor ajeno, decía toda clase de improperios a sus pacientes, los mandaba a atar sin motivo durante semanas y los tupía a medicación hasta dejarlos como zombis. Se jactaba de que las personas con trastorno mental eran deshechos sociales que había que exterminar, y gracias a esto se había ganado las antipatías de algunos colegas y las simpatías de otros tantos.
            Hoy era su primer día en aquel centro, su jefe se había despedido de él hacia unos minutos dejándole a cargo de todo, las próximas semanas, ya que éste se iba de vacaciones a un paraíso remoto  de África central. Se acomodó en su sillón de cuero, en su despacho, mientras miraba en su ordenador imágenes pornográficas. De repente sonó la puerta, eran dos técnicos que traían a un paciente para su valoración, aún no se le había administrado medicación alguna.
            Narciso entró y tomó asiento. Otra vez de vuelta a la prisión, pensaba, mientras escrutaba con la mirada a Godofredo sorprendiéndose de su enorme parecido con él. Nada mas desaparecer los técnicos, la mirada de Godofredo cambió radicalmente, una sonrisa retorcida se dibujó en su cara, buscó la historia de Narciso y comenzó a leer en silencio. Después se levantó despacio y abrió una de las gavetas del carro de enfermería, cogió un sedante y la aguja más gorda que encontró, y ordenó a Narciso que se bajara los pantalones. Narciso se puso en pie y se comenzó a desabrochar el cinturón y cuando Godofredo se puso detrás de éste y se agachó un poco, se giró repentinamente, le quitó la inyección y se la clavó directamente en la yugular. Godofredo y Narciso forcejearon hasta que  después de unos minutos el psiquiatra se derrumbó y el sueño se apoderó de él, momento que Narciso aprovechó para desvestirle y cambiarle su ropa por la suya. Acto seguido se sentó en el sillón de cuero y llamó a los enfermeros para que vinieran a buscar al nuevo paciente que había llegado, que ya había reconocido y  que por lo visto estaba en muy malas condiciones, y les ordenó que lo trasladaran al centro de enfermos psiquiátricos crónicos en el otro extremo de la ciudad.
            Narciso Buenafuente suplantó  la identidad de Godofredo y durante los años siguientes ejerció la psiquiatría con éxito, jamás le volvió a dar otro brote psicótico.
            Godofredo Malasaña estuvo durante muchos años recluido en régimen de aislamiento en un hospital psiquiátrico, por un cuadro de sociopatía grave, asegurando que él era psiquiatra, que había sido víctima de un paciente y que iban a pagarlo muy caro todos…