
Hace tiempo que no veo atardecer, sin embargo vivo en un
ocaso continuo. Mi cuerpo ya no amanece, la ilusión ya no me despierta cada
mañana. En su lugar, el vacío de la rutina hace que me esconda de la juiciosa
mirada de mis años de juventud, que desde el pasado me reclama. Escondido, con
el cuerpo inmóvil y frío, los ojos infinitamente perdidos en la película que se
proyecta por la ventana de mi cuarto, por donde entran los fantasmas del miedo
y el deseo, en forma de sueños. Me deshago por un momento de la venda que
durante el día tapará mis ojos, para no huir, para no salir corriendo y entregarme definitivamente a lo que
realmente soy, para no volver al origen de lo que me creó, porque sé que la
misión no está cumplida y mientras sea así seguiré ciego, para no darme cuenta
del fracaso, para seguir anhelando que mi alma un día verá el atardecer, y
tendré la certeza que será el último, porque habré cumplido mi misión, y por
fin mi cuerpo, ya viejo y cansado, volverá a amanecer.
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