Narciso
Buenafuente llevaba toda su vida de un centro psiquiátrico a otro por toda la
geografía ibérica. Era un tipo bajito, de entradas prominentes, gafas que cubrían unos ojos huidizos de un verde
intenso, y algo barrigón. Tenía nueve años cuando lo llevaron por primera vez a
un centro psiquiátrico infantil. Por lo visto, desde que su madre había muerto,
su padre le propinaba grandes palizas. Aprendió a sobrevivir robando, estafando
y alguna que otra vez trabajando. Pero Narciso era un chico de buen corazón, se
apiadaba de todo aquel que como él había sufrido el lastre de tener un
trastorno mental. Creció entre prostitutas, camellos y toda clase de buscavidas
y aprendió todo lo que la escuela no le
había podido enseñar. A trompicones se fue haciendo un hombre.
Sus brotes
psicóticos le daban con una periodicidad de uno cada tres años, siempre en la
misma época, después de navidades. Narciso pensaba que nada podía hacer para
evitarlos, así que tomó la decisión de no medicarse durante los periodos en que
estaba sano.
Hacía dos años y medio de su última
crisis y empezaba a tener delirios en
los que él era un enviado divino que debía salvar la humanidad, que tenia los
días contados si él no mediaba en el asunto. Al parecer los extraterrestres habían dado un ultimátum
a la Tierra, Tierra que se asfixiaba
por la contaminación y que estaba
predestinada a desaparecer.
Las naves extraterrestres ya habían
llegado, y disparaban contra la gente. Narciso, por medio de un mensaje
telepático a la humanidad, pensaba…Quién quiera salvarse que me siga… y echó a
andar. Recorrió muchos kilómetros, estaba decidido a llevarse a la gente que
iba caminando detrás suyo, (aunque nunca miro atrás) a otro planeta. Llegó a la
plaza del Pilar y allí por fin ocurriría el milagro, alcanzaría la iluminación
y abandonaría la Tierra para irse a otra
galaxia. Pero no la abandonaría de cualquier manera, la abandonaría riendo.
Empezó con una risita entre dientes y con el paso de los minutos estalló en una
risa imparable…ya no veía, ni oía, ni era capaz de sentir su cuerpo. Sólo su
risa de ultratumba le hizo parar, ya no controlaba la situación, así que
decidió regresar. Cuando tomó conciencia de sí mismo y abrió los ojos, varios
policías, un hombre con bata blanca y varios técnicos de ambulancia intentaban
levantarlo para meterlo en la ambulancia.
Paralelamente, mientras esto
sucedía, Godofredo Malasaña se incorporaba a su puesto de trabajo. Godofredo
era un tipo bajito, de entradas prominentes, gafas que cubrían unos ojos
huidizos de un verde intenso, y algo barrigón. Podría decirse que era hermano
gemelo de Narciso pero estaba algo más avejentado que él, las canas cubrían
parte de su cabeza y numerosos pelos le salían por las orejas, era lo único que
les diferenciaba. Godofredo era psiquiatra y, como Narciso, había pasado por
infinidad de centros psiquiátricos, pero casualmente nunca habían coincidido.
Al contrario del corazón bondadoso que tenia Narciso, Godofredo era un tipo
sádico que disfrutaba con el dolor ajeno, decía toda clase de improperios a sus
pacientes, los mandaba a atar sin motivo durante semanas y los tupía a
medicación hasta dejarlos como zombis. Se jactaba de que las personas con
trastorno mental eran deshechos sociales que había que exterminar, y gracias a
esto se había ganado las antipatías de algunos colegas y las simpatías de otros
tantos.
Hoy era su primer día en aquel
centro, su jefe se había despedido de él hacia unos minutos dejándole a cargo
de todo, las próximas semanas, ya que éste se iba de vacaciones a un
paraíso remoto de África central. Se
acomodó en su sillón de cuero, en su despacho, mientras miraba en su ordenador
imágenes pornográficas. De repente sonó la puerta, eran dos técnicos que traían
a un paciente para su valoración, aún no se le había administrado medicación
alguna.
Narciso entró y tomó asiento. Otra
vez de vuelta a la prisión, pensaba, mientras escrutaba con la mirada a
Godofredo sorprendiéndose de su enorme parecido con él. Nada mas desaparecer
los técnicos, la mirada de Godofredo cambió radicalmente, una sonrisa retorcida
se dibujó en su cara, buscó la historia de Narciso y comenzó a leer en silencio.
Después se levantó despacio y abrió una de las gavetas del carro de enfermería,
cogió un sedante y la aguja más gorda que encontró, y ordenó a Narciso que se
bajara los pantalones. Narciso se puso en pie y se comenzó a desabrochar el
cinturón y cuando Godofredo se puso detrás de éste y se agachó un poco, se giró
repentinamente, le quitó la inyección y se la clavó directamente en la yugular.
Godofredo y Narciso forcejearon hasta que
después de unos minutos el psiquiatra se derrumbó y el sueño se apoderó
de él, momento que Narciso aprovechó para desvestirle y cambiarle su ropa por
la suya. Acto seguido se sentó en el sillón de cuero y llamó a los enfermeros
para que vinieran a buscar al nuevo paciente que había llegado, que ya había
reconocido y que por lo visto estaba en
muy malas condiciones, y les ordenó que lo trasladaran al centro de enfermos
psiquiátricos crónicos en el otro extremo de la ciudad.
Narciso Buenafuente suplantó la identidad de Godofredo y durante los años
siguientes ejerció la psiquiatría con éxito, jamás le volvió a dar otro brote
psicótico.
Godofredo Malasaña estuvo durante
muchos años recluido en régimen de aislamiento en un hospital psiquiátrico, por
un cuadro de sociopatía grave, asegurando que él era psiquiatra, que había sido
víctima de un paciente y que iban a pagarlo muy caro todos…